jueves, 3 de julio de 2014

Brokeback Mountain (2005)



Ennis y Jack forcejean y caen juntos golpeándose el uno al otro en el verde pasto de Brokeback. La sangre mancha una de las camisas. Desde entonces sus vidas tomarán un giro de 360, en realidad ya lo habían hecho, cuando el destino decidió unirlos en una temporada cualquiera y que así llegaran a compaginar a través de algo más intenso y profundo que una amistad. 
Definir a esta obra como un "western gay" es caer en simplicidades, es no prestar atención a lo profundo de su historia, al sentimiento universal que delata, a la tragedia que se gesta entre dos seres que se amaron en tiempos imposibles. En "Brokeback Mountain" se respira la condena de la ilusión, el seguir el patrón dictado por una sociedad acosada por las preferencias sexuales. Ang Lee realiza una representación esplendorosa de la represión, de los baches de un sentimiento vectorial, de la impotencia al tener que disfrutarlo a escondidas, mientras el derredor señalaba con el dedo si salía a flote cualquier atisbo en contra de lo que se dictaba como "moral". Lee dirige esta película impartiendo clase y estilo, capaz de transportarnos por las mentes y los corazones febriles de Ennis y Jack, tanto en los momentos intensos y bruscos, como aquellos en los que la suavidad del instante lo vuelve algo hermoso y sensible. 


"Brokeback Mountain" es un arroyo de buen cine. Remite a conocer una historia plagada de poesía y lirismo; de lugares, de espacios, de tiempos alojados en la memoria, imposibles de olvidar fácilmente. Jack y Ennis se casan con sus novias, tienen hijos, una familia, pero bajo distintas suertes. Sus vidas se vuelven grises tras la separación impetuosa de Brokeback, algo se selló allí, algo se quedó pegado en sus cuerpos, una necesidad inquietante de volverse a encontrar. Y lo hacen. Tras varios años se formula un reencuentro. ¡Y vaya reencuentro! Se abrazan, se acarician, se besan. No, no es morbo, es simplemente la expresión máxima de dos corazones alejados que necesitaban estar juntos una vez más. Por dentro gritan su amor, se expresan, se agitan. Desde allí se establece una alianza, una especie de pacto para encontrarse cada cierto tiempo... La película es una representación genuina de seres contrastados que viven su idilio romántico. Mientras Ennis es más asocial, rudo y de un aire un tanto más melancólico, Jack es risueño, sensible, cariñoso. La película también se encargará de enseñarnos ese mundo oscuro y triste de Ennis, un hombre que vivirá atragantado entre el desespero por querer construir lo que Jack le pide, y la obligación de atender una familia y así detener la posible humillación de la sociedad. Y es ese miedo lo que impide que la relación logre el éxito que tanto anhelamos los que observamos con detenimiento ese viacrucis. Pero no en vano Ennis vivirá arrepentido cuando su amante eterno deje este mundo... de allí la hermosa y a la vez conmovedora frase que dicta a su hija: “cuando no tienes nada, no necesitas nada”, expresada quizás por ese dolor de no haber tenido completamente a Jack. Y allí mientras el dolor de la desaparición se teje queda grabada en la retina esa escena del reencuentro con aquella camisa marcada de sangre. Ese pacto que quedó emocionalmente grabado en las mentes de ambos, y que perdurará en la memoria de un hombre que ahora no podrá ser feliz, porque los remordimiento lo asaltarán. "Jack, lo juro..." espeta, y nosotros (o al menos yo) juramos haber contemplado una historia de amor que rompe moldes, estratagemas y paradigmas. Solo resta agradecer la inconmensurable entrega interpretativa de Heath Ledger y Jake Gyllenhaal. Nos hacen vivir su historia y contemplarla con el mayor de los anhelos. El amor duele.
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